Simple. La vida es simple. Nada de rodeos… es muy simple. Tanto, que a veces la devaluamos. Tanto, que otras veces, para no caer en la tristeza del defraude, la disfrazamos de compleja. No nos engañemos. Somos nosotros quienes le damos una apariencia distinta. Tratamos de excusarnos con discursos incoherentes. No queremos reconocer lo que tenemos ante nuestros ojos: la mayor creación de Dios, su regocijo, su tesoro más preciado, el motivo de su alegría. Y no, no es eso por su aparente complejidad. No lo es por lo perfecto de su concepción. Ni siquiera lo es por su esencia misma. Lo es por ser así, simple. Si miráramos con ojos enamorados la sonrisa de un niño; si escucháramos con oídos silenciados los latidos de un corazón iluminado; si palpáramos la ternura de la caricia de una madre con su hijo entre los brazos; si gustáramos aireados la frescura de un “te amo”; si sintiéramos, serenos, el perfume eterno de un alma agradecida; si por fin todo eso hiciéramos, podríamos reconocerlo.
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Matías Néstor